lunes, 9 de junio de 2025

Honor

 Siempre me dijeron que

el hombre viste por los pies,

que la palabra es

el contrato más valioso

y que esos pactos

están para cumplirse.


Pero los ideales fueron ideales

cuando los hombres eran eso:

hombres.


Ahora que todo es instantáneo,

que los caprichos gobiernan la sociedad,

que nos ocultamos para nombrar las verdades

y vivimos en el mundo de

«tiro la piedra y escondo la mano»,


las palabras huecas se clavan

como cuchillos en la espalda,

heridas que desgarran el corazón.


Los valores se deprecian,

los principios presagian finales,

y huracanes de ira

arrasan cualquier vestigio

de nuestra emoción,

condenándola al ocaso.


Y así, en el teatro de lo efímero,

nuestras voces se quiebran

antes de nacer,

se convierten en ecos

en pasillos vacíos,

en susurros de un deseo

que ya nadie recuerda.


El silencio se viste de gala

con máscaras de indiferencia,

y cada promesa

se torna ruina

entre los dedos que alguna vez la forjaron.


¿Dónde quedó el pulso firme

de quien desafía al miedo

con un puño de certezas?

Se ahogó en la tinta

derramada de la duda,

se perdió en la niebla

de un mañana que nadie espera.


Pero aún late, tenue,

la chispa obstinada

de quienes saben que la palabra

no es un juego:

es el puente

entre el anhelo y el hecho,

la brújula que orienta

el caos de lo posible.


Si levantamos los escombros

de tanta promesa rota,

podremos reconstruir

un pacto nuevo,

donde cada verso

sea un juramento de vida,

y cada gesto,

un acto de regreso

a la hondura del ser.


Que la voz no sea flecha

para herir en silencio,

sino lámpara que alumbre

la sombra

donde nace el coraje.


Que las manos, al estrecharse,

sientan la fuerza

de quienes, aún en ruinas,

siguen creyendo

en el poder

de una sola palabra:

honor.

Honor

 Siempre me dijeron que el hombre viste por los pies, que la palabra es el contrato más valioso y que esos pactos están para cumplirse. Pero...