Buen viaje, viejo.
Que la tierra le sea leve capitán.
Hace tiempo el sendero se llenó de polvo
y ahora nos cuesta un poco más respirar.
Le recuerdo con el orgullo
de quien no tiene miedo
a qué le reconozcan en mis ojos,
si tienen el valor de mirar.
Hoy le eché de menos.
Hace un mes que el mundo 
es un lugar algo más incómodo para vivir.
No supe decirle adiós,
quizá porque su educación me obligó
a infundarle mis respetos,
hablarle de usted 
y a sentarme en la silla a recordar
su mirada clavada en el televisor
con una mano en un chato de vino
y la otra temblando sobre la pierna.
Trato de dibujar 
recuerdos en el aire
pero lo hice mal.
Mi trazo se salió del lienzo
y una vez más me confundí.
Es probable que no esté orgulloso de mí.
Quizá mi comportamiento al final
no fue el que me enseñó.
Espero que allá arriba haya libros
de sentimientos terrenales
y pueda leer estos pensamientos, 
y tras ellos que sepa entender 
que entre versos se encuentran mis disculpas.
No supe despedirle.
No sabía que decir.
Allí estaba yo,
escondido
entre el miedo y la vergüenza,
entre la pena que me ahogaba
y el orgullo que siento por usted
sabiendo que ya nadie
repondrá su hueco
en el centro del corazón,
dónde caminó
entre sendas de cañas y barro.
Aquí abajo todo sigue
más o menos igual,
solo que su butaca ahora está vacía.
Si me pregunta por mi padre 
le diré  que le veo algo jodido.
Somos autosuficientes 
porque así nos lo demostró,
y porque querer seguir hacia delante
es nuestra ambición natural,
a pesar que el camino 
se ponga cuesta arriba
pero usted nos enseñó 
que caminar es vivir,
y al final del camino,
cuando ya no duele tanto el callo
es cuando conoces la libertad
y comienzas a disfrutar.
La abuela preguntó
alguna vez por usted,
pero ya sabe
su cabeza anda por las nubes
y los recuerdos le sirven de transporte infinito 
a un mundo donde quizá fue más feliz.
Allí donde sufrieron más... 
que duda cabe, 
pero aquellas andanzas 
les convirtieron en quienes fueron después.
Escribieron su verso suelto,
libre de ataduras 
a pesar de dictaduras,
dueños de sus sonrisas
tras nuestras diabluras.
De niño me insistió 
en la necesidad de buscarse uno mismo.
De ser siempre lo que uno quiera ser,
pero respetando que piensa el de al lado.
Los vestigios de las dictaduras 
perduraban en las arrugas de su memoria.
Le quisieron moldear a imagen y semejanza,
pero usted decidió que llegó el momento
de empezar lejos del origen,
dónde los niños tuviesen un futuro
sin olvidar que una raíz 
no crece en la tierra si no es feliz.
Que la memoria no sea frágil 
y sus recuerdos no sean leves 
como fuimos nosotros 
en un mundo de niños. 
Quisiera detener el tiempo, 
como hacia usted cada vez 
que cerraba la tapa de su reloj de bolsillo.
Que la memoria me salve 
y recuerden que sus manos me enseñaron 
a seguir trabajando por un destino
aunque haya piedras en el camino,
aunque haya llantos y dolor 
porque el mayor de mis castigos
es que ya no se encuentra conmigo.
Vaya buscando el mejor lugar
para esperarnos y cuidarnos.
Siéntate con tu hijo a la vera de un árbol 
y empezar a construir el sueño
para los que aún tenemos tiempo aquí.
Protegernos en la distancia.
Manteneos en el horizonte de nuestra mirada.
Hace unos años de niño escribí
"De Extremadura viniste
con tus hijos y tu mujer..."
en homenaje a lo que usted vivió.
De adulto me despido diciéndole 
"Buen viaje, viejo"
porque veré su recuerdo imborrable
cada vez que me mire en el espejo. 
Allí descubriré sus canas, 
acariciaré sus arrugas,
sonreiré con su sonrisa, 
y asentiré con la verdad de su mirada.
Nos deleitaremos con un chato de vino,
el sabor de su queso añejo,
con sus chascarrillos y sus consejos.
Que la tierra le sea leve, capitán.
No eleve mucho el vuelo,
y protegenos siempre
como en la tierra, hazlo en el cielo.
Le echo de menos, viejo.
Te quiero abuelo.