El papel se convierte
en la cama de los recuerdos.
Se esparcen letras desperdigadas
buscando el descanso eterno
que les convertirá en leyenda.
Anhelando el sentido y el orden
para permanecer a salvo.
Únicamente los elementos
serán capaces de arrebatártelos.
El agua difuminará los versos
hasta dejarlos irreconocibles
el viento los arrastrará lejos
para mantenerte a salvo
el fuego los reducirá a cenizas,
como Roma.
Los sentimientos
bullen por la sangre trotando,
descontrolados,
la sal no cura las heridas,
lloras lo que no habías llorado,
y te acuestas con el fantasma del pasado.
Tratas de recordar un rostro,
de acariciar una imagen,
de perfumarte con anhelos.
Persigues sentimientos fugaces,
tan fantásticos como artificiales.
Intentado devolver a la vida
algo que una vez amaste.
Retozas por la imaginación,
y esbozas en tu memoria
aquello que un día quiso ser y no fue,
aquello que durante quinientas lunas
estuvo escondido en el fondo de tu alma.
El idealismo gana la batalla a la memoria,
convertimos lo imposible en inalcanzable,
y aunque quede la cicatriz,
el surco no deja de ser ese lugar
donde un día hubo una raíz,
a pesar que entonces dolió
y el fuego sepultó los recuerdo,
todos mentimos al decir
que dejaron de doler los sentimientos.
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