Se oye el rubor del mar de fondo.
Las gaviotas aleteando al alba,
el sol empezando a remontar
la línea del horizonte
y yo intentando recordar
los motivos que me llevaron
a olvidarte.
Cada día vuelvo a ser más yo
y menos tuyo.
Poco queda ya de aquel niño
a quien el amor golpeó
a miles de kilómetros de casa
y engañó en la suya,
Nada queda ya de mi
y todo por ti.
Inevitablemente vivir
invita a cicatrizar.
Esta amarga memoria,
ya no quiere ser gilipollas,
no olvida que lo vivido forma parte
de esta trampa llamada vida,
y a pesar de los desengaños,
cada vez es más adictiva.
Ahora que trato de disimular
el paso del tiempo,
mi piel cansada, el pelo cano,
la falta de vitalidad en mis formas,
tengo la experiencia que necesité
cuando de verdad necesitaba
vivir hasta agotar la vitalidad.