Te esperé
despierto toda la noche, 
pero nunca
llegaste. 
Recorrí
cientos de kilómetros 
de
empedradas sendas sin descanso, 
en las que
caminamos 
sobre el
abismo infernal 
del fino
hilo del insomnio.
Y mientras, 
tú seguías
buscando 
una excusa
del pasado 
para
permanecer callada, 
sin acudir a
mi habitación 
para
acunarme durante este duelo, 
para
arrancarme de este desvelo, 
poco antes
de que las claras del día 
me
descubriesen desnudo 
sólo por no
creérmelo 
y seguir
siendo tan pobre de espíritu, 
como infame
cobarde.
He estado
esperando tu susurro, 
tu voz tan
suave como sedosa, 
tu sensual
nana, 
tu minuto de
gloria 
antes de la
posesión 
que me
desespera sobre el colchón 
de esta
humilde cama.
Te he
esperado despierto, 
pero tú,
nunca llegaste, 
y cabizbajo
me he quedado 
con tus
besos amargos colgados 
de los
cuadros de esta habitación; 
con los pies
descalzos 
y el frío
apoderándose 
de todo
erguido 
y firme al
paso del tiempo, 
a ese
torrente de agua y sed 
que destruyó
todo 
por lo que
un día peleó un sentimiento 
para evitar
caer 
y tener que
agarrarse de la mano de Lamento, 
su hermano
secreto.
Caí
derrotado por Morfeo. 
Igual que a
los cobardes 
les da miedo
decir te quiero a la cara, 
él me regaló
su puñal en la espalda. 
Se ensañó
brutalmente 
y me clavó
las peores pesadillas 
que un ser
humano puede tener. 
El miedo se
apoderó de mis latidos 
y la noche
se hizo eterna. 
Desperté
semi-inconsciente.
El aire
había entrado a mis pulmones 
con la misma
facilidad 
que un
suspiro se escapa de tu boca, 
con la misma
certeza 
que mi
corazón tiene 
de que jamás
te volveré a ver.
Te esperé
despierto toda la noche…
Te esperé y
mi alma se vistió de amanecer…
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