Pronto volverá la normalidad.
Abrirán los bares y las iglesias
para dar cobijo a sus fieles,
las sábanas de los hoteles
abrirán sus piernas a los infieles.
Los besos de Judas,
las noches de sexo y desvelos
de orgasmos y dudas.
Antidepresivos y alcohol,
remedios caseros para el mal de amor.
Desescalaremos de nuevo Everest.
Descenderemos la tasa de infectados.
Desautorizaremos las reuniones
y por mas que des,
desde deseo tus besos
a desnudos nos deleitaremos,
desde que des lo que des,
al alma le duele el desdén.
Quizás no entiendes, pero sientes.
Quizás no recibas, pero no olvides
que es mejor que creer
únicamente aquello que ves.
Cuando las mascarillas masajeaban la piel,
el alcohol llenaba los vasos,
y brindábamos por lo que vendría,
aunque al final fuese mentira.
Saltábamos los muros,
soltábamos las cadenas
que nos ataban tan fuertes
que dañábamos las extremidades
antes de rasgar el pasado.
Mañana haremos lo mismo,
pero no reescribiremos el pasado
y viviremos el dejà-vu
de los mismos errores del futuro.
Seguiremos con los miles de parados,
los sueños rotos,
los amores quebrados,
las enfermedades sin cura,
y el cura con sotana
y la mano escondida bajo su sábana.
Las despedidas sin decir adiós,
las bienvenidas sin sentir amor.
Dos hermanos enfadados,
aunque matan si les hieren.
Dos amantes que se odian
y a la par se quieren.
La niña malherida
en manos de sus padres,
los padres y madres que lloran
el maltrato indemne
a manos de sus entes.
La malquerida antigua realidad,
la bienquerida fantasía
que llegará al despertar el día
y su infinita ingenuidad.
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