Me quité la camiseta
y al rozar tu piel supe
que serías parte de mí para siempre,
como yo lo sería de ti.
Tus ojos rasgados,
tu piel intacta,
tu aroma a vida
se volvieron la chispa
que me impulsa a despertar cada mañana.
Seis años han pasado,
mi bebé se hizo niña,
como Cenicienta convertida
en princesa de cuento.
Iluminas mi mundo
con tu sonrisa,
con tus sueños,
con el brillo de tu mirada
llena de pequeñas eternidades.
Respiras al compás de la música,
entre danzas, piruetas y juegos imposibles.
Tu inconformismo innato
te lleva a intentarlo una y otra vez,
sin rendirte.
Ojalá siempre sea tu lema:
volar, insistir, soñar.
Cuando dibujas, el mundo se detiene.
Con trazos sencillos inventas universos,
das forma a colores que antes no existían,
y pintas puentes invisibles
entre tu imaginación y la realidad.
En cada hoja de papel
dejas un pedacito de ti,
y en cada dibujo descubro
nuevas maneras de quererte.
Te pierdes en los cuentos
como quien abre una puerta secreta.
Escuchas cada palabra
con los ojos muy abiertos,
y los personajes cobran vida,
saltan de las páginas
y te acompañan en tus juegos.
Princesas, dragones,
héroes y animales fantásticos
habitan tu mundo interior,
y con ellos aprendes
que todo es posible
si se sueña con el corazón.
Construyes mundos con tus manos,
inventas historias con tu risa,
y cada día me enseñas
que la maravilla está
en los pequeños detalles:
el brillo de un lápiz,
el susurro de un cuento antes de dormir,
la magia de una pirueta que desafía la gravedad.
Sigo prometiéndome verte crecer,
seguir tus pasos y tus vuelos,
acompañar tus risas y tus silencios,
y guardar cada instante
como un tesoro que será nuestro para siempre.
Desde que llegaste,
nada importa más que tu luz,
tu alegría, tu curiosidad infinita,
y la certeza de que cada día a tu lado
es un regalo que quiero celebrar
una y otra vez,
para siempre.