domingo, 19 de diciembre de 2010

Canción de muerte

Un piano muere lento a orillas del mar,
su teclas caen ahogadas una a una,
como cayeron notas
decadentemente tocadas aquella noche.
No quedan claves melódicas,
no quedan emociones que nazcan
ni queda nácar en su tapa.

Aquella guitarra se golpeó con el rompeolas,
resquebrajó su caja,
y sus cuerdas saltaron por el aire.
Un alarido salió de ella,
un crujido que aún retumba
en los oídos de los sordos,
un llanto eterno imposible de rellenar.

Retumbaron fúnebres tambores,
al redoble del crujir de las olas
sobre la piel muerta que le recubría.
Se deshicieron las partituras,
se ahogó en el agua
la realidad de mi musa,
la madre de la música.

La más armoniosa voz del mundo
se quebró al acecho de las olas,
y dejó inerte su cuerpo.
Nunca más nacieron emociones,
y todos lloraron,
todos menos su asesino
conocedor del malicioso destino.

La canción de muerte
fue tocada por el agua,
los acordes son menores y desconocidos,
y sus notas no son siete.
En esta armoniosa nana
no hay lugar para los detalles...
Nos lleva y nos trae,
nos embelesa, nos duerme,
nos humilla y nos mata.

La música murió entonces,
ya nadie se atrevió a acercarse a ella,
¿Quién la hechizó?
¿Quién formuló el conjuró
para sacarla del paraíso
y llevarla al infierno?
Nadie hizo nada por ella,
simplemente la dejamos ir lentamente,
simplemente se marchó.

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