martes, 14 de diciembre de 2010

¿Quién se ve reflejado en el espejo?

¿Quién se ve reflejado en el espejo?

Esa fue la primera pregunta que me hice al levantarme aquella mañana... Mi rostro parecía desfigurado, irreconocible. Aquel no era yo. Debía haber sido una posesión, una abducción extraterrestre que al devolverme a la Tierra se había confundido al enviarme de nuevo al planeta azul. Mire a mi alrededor, y efectivamente, aquella era mi casa. Tan bien decorada, con tanto gusto. El estilo minimalista, estaba presente en todos los lados. O no, porque hoy en día a lo que llamamos decoración minimalista es más bien a no tener apenas decoración. La sociedad de hoy en día, camina en líneas rectas, intentando complicarse lo menos posible la vida. Somos la herencia de generaciones que han sufrido por sacar adelante a los suyos y posiblemente, ante tanto trabajo y sufrimiento, nosotros nos hayamos aburguesado.

Me volví a la habitación y allí estabas tú, semidesnuda, con el pelo ligeramente enmarañado por el roce de la almohada, y tu hermosa cara, pálida, ligeramente hinchada por una noche entera durmiendo del tirón, a pierna suelta. Te diste la vuelta, me miraste y me dijiste:

- Buenos días, cariño.

Me sorprendió que no te asustases, aquel no era yo y a ti no te importaba, aquel era otro disfrazado de mi. Entonces me vestí como si nada, intenté aparentar normalidad, intente comportarme como si fuese yo. Nos marchamos a trabajar. Al entrar en aquel edificio, todo el mundo me saludó como si nada. Todo era normal. El jefe seguía siendo el mismo, mis compañeros y las mismas charlas de siempre, las mismas dudas, todo seguía igual pero mi incertidumbre iba en aumento. ¿Cómo podía ser que nadie se diese cuenta de que aquel no era yo?.

A medida que pasaba el día menos entendía lo que me estaba pasando. No era normal que nadie se diese cuenta que mi cuerpo había sufrido una mutación, que tenía algo distinto. Había dos opciones, o todo era un mal sueño o había estado viviendo durante años en una mentira, una burda mentira de la que todos habíais sido cómplices y de la que ahora no os resultaba extraño el seguir el juego aún a pesar de mi enajenación mental. Estaba viendo fantasmas en todos lados, estaba asustado.

Tomé el camino fácil. Llegué a casa y busqué entre los recuerdos de días pasados. Me puse el viaje de novios, aquel viaje que hicimos a las Seychelles, en ella se nos ve tan felices, apasionados, ingenuos, enamorados. Pero... ¿Quién es ese rostro? ¿Quién es? Ese no soy yo, ese que te abraza mientras paseamos, ese que se ríe contigo, ese que te... Enfadado me fui al álbum de fotos, todos nuestros recuerdos, en todos aparecía otro, en todos lados, no era yo. ¿Qué podía hacer? Esta locura me estaba matando por dentro. Nadie entendía que me estaba pasando. Me tumbé en la cama boca abajo, y lloré. Lloré tanto que note la humedad en las sábanas, tantas lágrimas cayeron que levantaron tu perfume sellado en aquella ropa de cama, lloré por tu vuelta, lloré. Te eché tanto de menos que te necesitaba cerca. Era posible que ella tuviese la solución así que, me fui a buscarla.

Agarré el coche y me dirigí trescientos kilómetros al sur. Sin mirar atrás. Sólo esperaba que los fantasmas no me siguiesen, esperaba que se quedasen tras las cuatro paredes que envolvían la casa. Así que para confirmar que era así, que el hechizo se había roto al abandonar aquella ciudad baje el parasol y me miré en el espejo. Aquella seguía sin ser mi mirada. Un ataque de íra, me hizo romper el espejo de un golpe. Las lágrimas inundaban mis ojos. Arranqué el espejo retrovisor, y seguí conduciendo, cada vez más rápido, de forma más temeraria a pesar de la fina lluvia que empezaba a caer. Hasta los elementos se ponían en mi contra, era probable que estuviese firmando mi condena a muerte. Tras dos horas y veinte minutos de conducción llegué a mi destino. Lo que menos pensé al levantarme aquella mañana era ir a aquel lugar.

Paredes de cal blanca, y macetas colgadas en las rejas. Aparqué delante de la puerta, y salí del coche. La lluvia que me había acompañado en la parte final del viaje, se había hecho mucho más intensa en esos últimos kilómetros y al bajar del coche, me empapé. El nerviosismo que llevaba en mi interior me hizo tropezarme al abrir la puerta del coche y querer salir de él. Caí de rodillas al suelo, no me hice daño pero permanecí a cuatro patas unos instantes. Dolor, rabia, inseguridad. Todo se mezclaba dentro de mi. Todo me hervía todo me llevaba a una única respuesta, pero me negaba a aceptarla. Me levanté y fui corriendo los pocos metros que me separaban de la puerta de aquella casa. Llamé al timbre y aporreé la puerta, hasta que una voz de dentro, aquella dulce voz preguntó.

- ¿Quién va?

Las palabras apenas me salían de dentro, la angustia impedía que mis cuerdas vocales hiciesen el trabajo como debían. Entonces la mirilla se abrió. Entre aquellas hendiduras de latón, vi tu rostro y la paz llegó a mi como un rayo de luz que se cuela entre una ventana al amanecer y nos golpea directamente en la cara mientras dormimos. Me abriste la puerta y me abrazaste.

- Hijo... ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Qué haces aquí?

Pero esta vez, sus palabras en vez de derrumbarme más, me aliviaron. Al contrario que las palabras de mi esposa, las de mis amigos y compañeros. A pesar de que en las fotos y vídeos no saliese yo, a pesar de ver un rostro en el espejo que no era el mío.

- Madre... Este que ves no soy yo.

- Pero... ¿Cómo que no eres tú?- me replicaste.

- Sí, madre. Hoy me levanté para ir a trabajar y me miré en el espejo y no me ví reflejado. Vi un rostro que no era el mío y ni Alicia, ni mis compañeros de trabajo me echaron de menos. Si esta cara no es la mía ¿cómo es que nadie me dice nada?

- Hijo, no eres lo que ves. Simplemente eres lo que haces y que los demás ven. No te juzgues por como eres, juzgate por tu forma de ser.

Entonces el circulo se cerró, la abracé hasta que noté su cuerpo fundiéndose con el mío y la miré.

- Gracias madre.

Aquella noche, volví a dormir en mi cama de siempre.

A la mañana siguiente, me levanté como otros días, fui al espejo, me miré y...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Culpable del hielo

Me siento culpable  de robar sueños inocentes. Culpable por robar sueños de inocencia infantil. Culpable del hielo que mantiene vivo los mie...