viernes, 7 de octubre de 2011

Un viaje sin retorno

La última raya de cocaína sirvió para volar más allá de este universo. Esa línea pasajera que recorrió desde el espejo a su cerebro en avión se fusionó con miles de recuerdos que se habían quedado pegados en las distintas membranas de la masa gris. Se despertaron todos de golpe.

La aglomeración que causaron en su cuerpo produjeron el colapso mas absoluto que jamás se pudo imaginar en las carreteras de acceso a la capital de su cuerpo. Todos quisieron ser los primeros, todos querían proyectarse a través de los ojos inyectados en sangre. Eran sublimes, alucinógenos. Se sentían inmortales, se sabían irracionales. Se dispararon las alarmas de la cabeza. Una sirena precoz e incesante, no dejaba de sonar, repetitivamente, pidiendo auxilio en morse. Saturaban cualquier idea que se aproximase a la realidad. Todo aquello en su cabeza era lo mas parecido a una alarma nuclear ya que la radiación había llegado a sus tejidos.

Neuronas anestesiadas de feromonas de excitación. Adulteras sensaciones. El alma se prostituye dentro de lo que desde niño todas sus experiencias construyen y se olvidan los valores sembrados por tu madre con el mimo de un agricultor a la tierra. Se rompen las ilusiones a cada nueva bocanada de aire, es indescifrable el secreto de tus sensaciones, nadie lo puede saber, no se asemeja a nada, hoy ya no se caza sin cepo. Tu cuerpo se evade de ti y ya nada es tuyo, sientes ser del aire. Eres el vacío que gobiernan las galaxias aún sin descubrir. Te crees mas listo, más fuerte, más rápido. Eres increíble, pero no por ser algo fuera de lo común sino porque ya nadie te cree.

Mezclas el polvo con el alcohol y esa llama que ahora prende por dentro tu cuerpo, fue una chispa casi apagada un momento antes. Eres terriblemente mortal una vez solo queden ascuas dentro de ti y eso te aterroriza, es algo frenético. Y esa sensación te come por dentro; es por eso por lo que cada vez necesites más y más para volar por encima nuestra. Mira que hablamos veces del miedo a volar, y tú confesaste vértigo, y hoy ahí te ves, disfrazado de ave de paso, volando a veces alto, a veces raso, volando hacia el sol. Pero tu destino es caer en picado al suelo y eso en el fondo lo sabes.

Un callejón oscuro, una farola encendida a lo lejos y aquella palidez de hielo necesitaba respirar. Nunca me pediste ayuda, alguna vez me la robaste. Te sentaste lentamente en el suelo, dejando resbalar tu espalda por la pared igual que hacen las lágrimas por el rostro de una madre cuando su hijo no la entiende, cuando intenta luchar por él y este no agarra la mano como lo hizo de niño, más bien la deshecha. Sacaste de tu bolsillo la última bolsita de papel y la miraste en un mar de dudas. Abriste el capullo y te fusionaste de nuevo con aquello que estaba dentro. Un nuevo despegue, un viaje sin retorno, un billete de ida para no volver a sentarse en la misma mesa que nosotros. Tu plato está puesto y nosotros ya hemos comido. Nadie llorará tu ausencia porque tu sólo te lo buscaste. Nadie será cómplice porque hicimos lo que pudimos. Simplemente tu no aceptaste nuestra ayuda. Tú eras más fuerte, más rápido, más listo y así te ves ahora.

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