miércoles, 7 de diciembre de 2011

Y soñé...

Y soñé...

Me desperté antes de las seis y allí seguías tú; desnuda, tal y como Dios dejo la obra maestra del ser humano, con el hombre alcanzó el grado de arte, con el de la mujer el de maravilla. Sólo un hombre es capaz de definir lo que se siente cuando algo tan semejante a él es tan perfecto. Mientras que te miraba vi una mariposa posarse en tu hombro, y suavemente aleteó como si no quisiese molestarte; cómo si perturbarte pudiese hacer despertar a los dioses de los infiernos para que viniesen a secuestrarla a todas las de su especie. En ese momento el asombro se cruzó con el miedo. En ese momento el aire dejó de ser aire para ser algo de tu parte.

Afilé los poros de tu piel con las palmas de mis manos, y un suspiro de calma dejó el murmullo del silencio un poco más denso de lo normal. Esa densidad fue la que hizo que me costase abrazarte, la que me impidió llegar a ti de nuevo pero el ímpetu de mis instintos me hizo ser más fuerte que antes y sólo así fui capaz de alcanzarte. Allí estabas tú para recibirme entre perfumes de alma y miradas de luz enamoradas, entre los mimos que le da un caballero a su espada esperando nunca ser desenvainada, afile mis manos de nuevo, y llegué a dónde mi mirada. Me introduje en ti, despacio mientras el frío se convertía en calor y con el calor tu cuerpo tiritaba, se contraía y dilataba sin saber muy bien porque mis manos se tatuaron en tu espalda.

Mis párpados pesaban cerca de una tonelada y entre los besos y las caricias, mi mirada se moría en una oscuridad avergonzada. Entre los giros y los gemidos, entre la parte de mi que pierdo por vivir siempre entre mis sueños, por andar siempre dormido; allí te hallé una vez más, y tu sentimiento me esperaba para que lo llevase contigo al corazón, pero como buen jugador él corazón ya se había escondido en el bar del olvido. Mientras tu cuerpo incandescente, se iluminaba e incendiaba las sábanas de esta cama. Yo no quise apagar ese incendio, no era mi trabajo, tampoco me importaba.

Un hada se colgó del blanco roto de las cortinas y allí entre sus grietas nos protegió para que nuestra atmósfera no se rompiese. Ella hizo que la guerra de nuestros cuerpos no saliese de aquella habitación. Ese era nuestro campo de batalla, aquella cama no entendía como eran los besos los que se disparaban, a veces acertaban, a veces fallaban, a veces era una pelea cuerpo a cuerpo y a veces en la tela de la almohada me atrincheraba. Las ropas se rasgaron, la sangre esta vez corrió por donde debía, hacia el corazón que se llena de amor, que se llena de vida. La sangré se alborotó de celos porque ahora era yo quien te llenaba. Un cuerpo absorbido, unos senos enloquecían los sentidos. Mi pecho como la caja de ritmos incesante palpitaba, y el cabalgar loco y salvaje de mis sentimientos nos hicieron jinetes en el viaje sin regreso al centro de tu cuerpo.

Y soñé... Pero esta vez fue cierto.

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