Mi si, mi no; mis dudas y las tuyas, los miedos y
los fracasos, la cobardía y la inconsciencia, mi dolor y tu clemencia conviven
todas juntas en el piso franco de nuestras reminiscencias.
Me empeciné en que debía ser así cuando los
antónimos de tus ideales se encargaron de gobernar este país de locos que
separa tu vida y la mía, a veces almas insulares. Aunque soy más bien una
península rodeada de agua por tres partes, menos por la cabeza que sigue ligada
al verbo amar.
Te resbalas; te tiendo la mano y te levantas
sola. Tú lloras y yo te ofrezco mi pañuelo, pero prefieres tu manga; caminas
cabizbaja y yo paso mi hombro por tu espalda con intención de erguirte para que
el universo contemple la obra de arte que Dios y tu madre hicieron con tu
rostro aunque te empeñas en taparlo con tu bufanda alegando que el mundo es
demasiado frío y la piel se irrita por la deshidratada velocidad con que
vivimos.
Somos mortales, somos fugaces, pero ni por unas
ni por otras conseguimos brillar. Somos algo más que un soplo de viento
viejo o una humana idea llamada libertad. Somos sentimientos libres y aires
imposibles de alcanzar.
Mis principios, tus finales; mis calores, tus
vestidos invernales, mis deseos contigo son propios de las almas infernales.
Mis sueños, tus pesadillas, son las mismas aunque al final sea yo quien chilla.
Las sonrisas apenas se dibujan, y si lo hacen son sigilosas y pasan en
silencio, de puntillas. Entonces me rindo, me doy de bruces e hinco mis
maltrechas rodillas, y los nervios me clavan con fiereza el látigo de la
desdicha en mis costillas.
Fuego y agua, llama y arroyo, incendio el alma
mientras me ahogo en silencio, en las profundidades del mar que se estanca, en
la eternidad en calma. El ardor era intenso, y mi estómago está maltrecho del
irremediable dolor que alimentaron tus píldoras de sentimientos, las pastillas del infierno.
Entonces camino largo e intenso, buscando
alejarme de todos y de ti, buscando un hueco por el que escaparme, una salida y
cuando la encuentro me devuelve a la casilla de partida. Mis dados, salen
dobles y comienza de nuevo el juego de la vida.
Queda un día menos y la tristeza será conquistada
por fin por un pellizco de alegría. Seré optimista, algún día serás feliz,
algún día cuando todo acabe serás la belleza divina que al amanecer nos
ilumina. Y yo quedaré ciego mientras viva, porque al fin de la jornada, serás
mía.
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