Hay princesas que aparecen en Septiembre 
vestidas de niebla y de abrazo, 
de mujer de sonrisa florecida 
cuando el otoño se empeña 
en ponerte el vestido ocre, 
cuando el silencio del frío empieza 
a comerle terreno al ruidoso verano. 
Tu sonrisa iluminará 
los días cortos de luz, 
mientras que yo te contemplaré 
desde la distancia 
esperando a que la noche 
no caiga eternamente. 
El brillo de tus ojos 
centelleará más que las estrellas 
y la Luna saldrá insomne 
y volátil a buscarte. 
Yo intentaré sujetarte, 
me gustaría pedirte 
que te quedases aquí, 
conmigo a mi lado, 
en la misma baldosa de vida y respirar 
la misma molécula de oxígeno que tú.
Pero mis dudas me asaltaran 
y se cubrirán de ligeros parpadeos 
entre el si y el no, 
entre el cielo y la tierra. 
Me gustaría que te quedases aquí, conmigo,
porque aquella noche en que te vi, 
una runa se colocó de forma 
que me dibujó el futuro 
y allí pude verme, 
no sé si fue deseo o realidad, 
pero lo vi contigo 
entre jardines de rosas frescas, 
entre aromas de azahar, 
conquistando distintas ciudades y países, 
subiendo a la Torre Eiffel, 
y desde allí divisar 
a todos aquellos que un día 
nos robaron la alegría. 
Nuestras carcajadas serán 
la banda sonora de un telefilme que acabará 
con una inmensa lluvia de pétalos sobre ti, 
y con el Sol entregado a todo aquello 
que soñé algún día 
y por supuesto a tus siluetas 
que serán el mapa que dibujará 
el camino que debemos andar. 
Seremos fieles al norte 
e insensatos con el sur, 
seremos sonrisas con lágrimas 
porque al fin somos aire, 
y volamos sobre todos 
y nadie puede alcanzarnos, 
nadie excepto el miedo 
del que quiero alejarte 
porque seré ese que merece 
llevarte a cruzar eternamente la inmensidad 
de los distintos tonos del color azul.
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