miércoles, 15 de febrero de 2012

Llora

Llora... Estas cansada y el alma se desnuda mientras hablas contigo misma. Te despojas de tus lágrimas. Ellas son el lastre que posiblemente impidan que alcanzaces metas más lejanas. Vuela sin motor, donde el aire te arrastre. Has intentado ser siempre quien eres aunque a veces te vistieses de otra. Te camuflaste entre los árboles para observarle, para morder su cuello y... ¿Ahora que?

Ahora sientes que a veces no has sido fiel a tus principios, que tus valores no sirven de nada y que tus padres no pueden estar orgullosos de tí porque has fracasado. Eres la rotundidad de un cero, el silencio cuando estás callada. Eres la más absoluta nada, al menos así te sentíste en algún momento, porque él lo ha provocado. Él robó tu autoconfianza. Ahora eres una piedra inerte, y crees que es imposible encontrar más calma.

Decidiste revolcarte en la derrota. Empeñarte en la frustración, y te probaste aquel vestido de perdedor. Ahora has de comenzar por aceptar donde estás y quién eres, para que así te reconozcas. Debes ser sincera contigo y entender que nunca serás la primera pero tampoco serás la última. Mientras tanto mira otro horizonte distinto al suyo y deja de lamer tus salinas y profundas heridas. Esta vez será otro quien llegue primero en la carrera de tu corazón mientras que él desciende del cielo hasta el infierno de los que se perdieron por amor.

Llora... Porque te duele el corazón cada vez que me escuchas tocar con mi guitarra tu canción, la que salió de mis dedos porque sienten, porque viven lo que un día fue tu amor. La que se encargo de salir de mi garganta para cantártelo bajito y al oído con sensualidad y a media voz. Por eso llora porque alguna vez sentías que eras la mitad del dos, el número que mueve los hilos de tu sentimiento, la marioneta que solo sabia hablar del amor.

Yo mientras, sentado en mi roca nunca seré quién sonría como un tonto enamorado porque pienso que el amor verdadero es el que sale del corazón, y me encuentro muy lejos de entrar para regalarte ese tesoro que Dios dejó en forma desconocida a manos de nuestra civilización.

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