lunes, 30 de abril de 2012

Juguetes rotos

El parque se quedó vacío,
y en el arenero yace en silencio
el cuerpo de aquella muñeca rota.
Lágrimas de plástico, gemidos de dolor.
La edad de la inocencia robada,
el delirio de una locura sin control.

El columpio seguía con su incansable vaivén,
pero sin su risa contagiosa que erizaba la piel.
No se elevaba al cielo con la ligereza del papel,
más bien descendía a los infiernos
de los dolorosos recuerdos infectados
que no curaran con la vejez.

La arrancaron de los brazos de su dueña,
jugaron con ella sin preguntar.
La obligaron a perder el rumbo de su astro.
Su cabeza fue rodando fuera de su alcance,
su cuerpo quedó pálido e inerte.
La injusticia es la hija de la clemencia.

Un perro la cogió del brazo,
y la llevó lejos de la calle felicidad.
Despedazó su sueño de oro y amor
sin importar si mañana lloverá.
El suelo queda completamente teñido
por los cardenales rojos de su vestido.

Esas mejillas de nube algodón se sonrosaron,
y cobarde en alguna parte se escondió.
Es complicado dar los buenos días
cuando en el cielo no brilla el Sol,
y la cabeza se inclina ante el miedo
a perder de golpe infancia e ilusión.

Dobló sus impalpables rodillas,
y el recuerdo se quedó en el corazón.
Irracional can cumple tu misión,
arranca de un jugoso bocado,
inocencia, alma y amor.
Vacía sin escrúpulos el vertedero de pasión.

El columpio continúa en el parque,
y meciéndose a los acordes del aire,
otra muñeca se sienta inocente a jugar.
Ella sigue sin dar señales de vida,
sigue empeñada en contemplar sola
otro atardecer de anaranjado funeral.

Llora la muñeca de ojos de cristal.
Piel de seda infantil, ladrón de alma animal.
El silencio queda roto por la esquina
de los recuerdos de la inocencia perdida,
del juguete roto y silencioso
que no está dispuesto a olvidar.

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