miércoles, 25 de julio de 2012

El incendio de Margot

     En La Latina aún quedan edificios por los que saltar de uno a otro sin necesidad de pisar la calle. Los tejados son mundos paralelos, caminos frondosos por los que viajar. Pequeños planetas con sus propias constelaciones y órbitas. La azotea está vacía y la tarde cae sin miedo a la oscuridad. Margot se siente sola y tiene frío en pleno mes de Julio, a pesar de la olla a presión en que se convierte Madrid cada verano. Las ideas se colgaron del tendedero a la par que se decidió a hacerlo. Subió corriendo los catorce peldaños que la separan del cielo en busca de una válvula de escape a su día a día.

     Margot mira la ruta que trazan aquellos tejados de la misma forma que Dorothy vislumbró un camino de baldosas amarillas dirección Oz; la diferencia es que Margot decidió sentarse a soñarlo y su hombre de hojalata esta vez tenía forma de totem. En aquella terraza de la que se colgaban tantos sueños y secretos, yacía olvidada una butaca de madera. Aquella butaca podría estar hecha de la madera del mismo árbol que las vigas de aquel edificio; y al igual que la condena del tiempo no pasa en balde para nada, mucho menos lo hace para las personas, a pesar que nos empeñemos en disfrazarnos constantemente bajo las ropas de Peter Pan. Por todo ello la joven se había hecho una promesa, aprovechar siempre hasta el último segundo. Carpediem, su particular manera de vivir el momento.

     Apenas se había sentado en aquel aposento, reclinó su cuerpo y los últimos rayos de sol la contemplaron como si de una obra de arte se tratase. Aquella luz definió más si cabe su silueta. Dejó su cuerpo a disposición de la calima mientras que se desprendía de capas de piel, inertes y artificiales. Colores magentas que al desaparecer dejan al descubierto el tono marfil de su piel. Al fondo unos gatos juegan con una pinza rota. Tratan de agarrarla pero sus uñas la arrastran incontroladamente y el ruido frenético de los coches pasando cuatro pisos mas abajo hace aún más absurdo el ritmo de las palmadas vacías de aquellos felinos cuando no atinaban a golpear su objetivo.

     La joven se acarició tan subliminalmente que los gatos decidieron saltar a otro mundo. Solitaria, los segundos caían como gotas de lluvia en una tormenta de verano. Acomodó su cuerpo y su vello se erizó al paso de aquellas hermosas manos por la sedosa piel que hay en su abdomen. mientras que sus rodillas se encontraban una frente a otra tras estremecerse. Es esa sensación encontrada entre el placer y el dolor. Ese momento de absorción en el que no sabes distinguir las distintas realidades.

     Pronto, no sé si sus manos cubrieron, o descubrieron, irreverentes los paisajes de las únicas colinas que había en aquella terraza, cuando en aquel preciso instante la ropa que se agitaba en aquellas cuerdas se detuvieron a observarla. Las sombras del suelo estaban celosas de tocarla y de algún balcón una canción se escapó para buscarla. Paradójicamente eran los acordes de El Incendio de Sidonie, su grupo favorito. Ella cantaba arrítmicamente, por delante de la voz de Marc Ros "porque esto es el incendio, esto es el incendio, somos un incendio sin control".

     Como todo incendio tarde o temprano se apaga. Margot siguió jugando con sus manos, con firmeza, con la misma firmeza que presumía de pecho. Su cabeza estaba fuera de control y las manos decidieron irse a la boca. Se mordió el labio. Jugó a voltear la falange del dedo índice de la mano derecha con la punta de la lengua. Lo humedeció a la par que sus imaginación empapaba de sexualidad la butaca. Tras de si el calor de la otra mano, fue avivando las llamas, y con suavidad, con corazón una unidad del cuerpo de bomberos se introdujo para apagar los daños causados por su deseo pirómano. Empujaron el fuego contra las paredes y se sucedieron poco a poco las contracciones mientras que de su boca se oían sirenas de placer.

     La tarde seguía cayendo y Madrid afuera estaba vivo. Nadie repara en nadie mientras la ciudad está en movimiento y mucho menos cuando tu cabeza está, volátil, sobrevolando los cielos de la autosatisfacción. La azotea se volvió en el paradigma de los sueños y Margot cerró los ojos, concentrándose mientras que empuñaba con la mano derecha aquel menhir de látex, Cuatro movimientos le valieron para que un alarido llegase a pie de calle. El mundo se puso en pie, y le dieron la bienvenida. Su sonrisa escondida en su inocente rostro la delataba. Las piernas le temblaron tanto que temió que al ponerse de pie el suelo la recogiese con el mismo amor que se procesó a si misma.

     Margot era tan amiga de si misma que muchos de nosotros sentimos envidia de no ser su juguete. Que la solitaria Margot no tuviese un hombre que besar es algo que deja a las claras que si hay Dios, este no es justo y que justo eso es lo que somos nosotros, malditos pecadores del deseo efímero, malditos suplentes de lujo. Se vistió dulcemente. y se volvió a tumbar en la butaca a soñar con otros cuerpos. La relajación de su cuerpo la dejó plenamente dormida y la luna salió a arroparla. Los gatos volvieron para vigilarla. Nadie se merece estar sola y ella era parte de un pecado infernal.

     Ahora soy yo quien sueña con su historia, quien sueña con ella. Margot jamás se despegó de mi cabeza, probablemente me enamoraré de nuevo pero nadie me hará el amor como lo hizo ella, nadie le hará el amor como se lo hizo ella y no es porque yo esté perdiendo mis habilidades, sino porque sólo uno sabe que es lo que más le conviene. Mi fantasía saltó por la azotea y allí la dejé a solas. No le contéis que la vi, no le contéis que soñé con estar jugando por dentro de ella. No le contéis que imaginé que éramos uno. Las manos de Margot agarran el corazón como yo bebo ron de mi botella, deseando que esta borrachera me acerque un poco más a ella. Margot, ¿quien no soñó verse a escondidas con ella?



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