Que nadie despierte a mi niño,
qué su torbellino siga girando
sin tocar tierra definitivamente.
Nada lo detendrá.
Nadie quedará indiferente.
Que se pare el aire, que estorba.
Que necesita espacio para su baile,
que sino su calma se vuelve loca.
Que siga girando el mundo
al son de los balbuceos de su boca.
Retumban en nuestros oídos su nombre
tan desgastado como recién estrenado,
las onomatopeyas y los “cuidado”,
pero él que de cobardías no entiende
tiene una capa con la que te envuelve
bajo su abrazo en su disfraz de valiente.
Consigue derrotar tristezas
con el brillo de sus ojos,
simula caricias con arañazos,
y a pesar de los esfuerzos
no conseguimos llamar su atención,
que nos haga caso.
Su mirada es dulce e intensa,
es picante y pícara a partes iguales,
tan pronto sabe a cayena como a chocolate,
y a quien mira con esos ojos
desmonta principios convirtiéndolos en finales
enviando complejos a Marte.
Apenas comenzó a andar,
quiso echar a correr.
Arrancó las cadenas que le ataban,
defenderá a muerte su libertad.
Si quiere volar, que vuele
como pájaros haciendo flotar deseos.
Si quiere soñar, que sueñe, fuerte,
solo él será capaz de sostenerlo.
Pero mi niño romperá el mundo,
para pegar sus pedazos
y que sane a su manera,
dándole una forma indefinida y peculiar,
haciendo de él,
el lugar donde reine el caos
y las sonrisas imprevisibles
a partes iguales.
Silencio, que ahora descansa,
a pesar que el sol despunta al alba
intentando colarse por la ventana
y robarle un abrazo antes de despertar,
para darle un beso lento y dulce
que desayune con su brillo peculiar.
Mi pequeño y amado, mi niño David,
su divertido canto, sus ganas de disfrutar.
Sigue viviendo, nunca dejes de jugar,
por ser superhéroe de nuestro hogar,
dispuesto a salvarnos
de la inquietante rutina del día a día fugaz,
dispuesto a dimensionar
la maldición de este verbo amar.
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