jueves, 5 de enero de 2012

La tentación vive arriba

Toc - Toc...

Llamé a la puerta de la que colgaba un gordinflón Papa Noel, con mi chándal de los sábados y algo nervioso. Ese gorro verde y gris que tanto me gusta, cubría mi cabeza y hacía que mis ideas se mantuviesen calientes. Mi pelo estaba alborotado debajo, despeinado. No tenía yo el día más guapo de mi historia pero ahí andaba yo, con las manos en los bolsillos llenos de timidez e inseguridad. Y allí estabas tú. Tras ese umbral iluminado eternamente por el blanco nuclear de la puerta, de tu camisa y de tu inconfundible sonrisa. Un haz de luz azul cruzó de tus ojos a los míos y yo quede petrificado esperando el pasar de la muerte por delante pues con ese resplandor podría decir que ya había visto el cielo. Me invitaste a pasar, y yo, con paso firme y decidido pero como siempre tímido, accedí. No me podía creer lo que estaba viviendo, entre dormido y cansado, entre feliz e ilusionado, las miradas furtivas en el portal se habían cruzado frente a frente. Esta vez se habían saludado de verdad.

- ¡Hola! - Me dijiste jovialmente.

- Hola, soy Alfonso, tu vecino de abajo...

- Yo soy Ruth, tu vecina de arriba...

Y los dos nos reímos a carcajadas. En esta ocasión el coqueteo que siempre teníamos en el ascensor, mientras manteníamos las conversaciones típicas de vecinos encerrados en nuestro metro cuadrado de elevador, estaba fuera de su hábitat natural. Se nos notaba nerviosos. Se notaba esa chispa que faltaba en otros sitios. Por ejemplo, en aquella caldera que desde mi terraza oía que intentaba arrancar y no podía. Aquel era el motivo por el que realmente subía a tu casa. En nuestra última convivencia de conveniencia en el ascensor me comentaste que no tenías ni calefacción ni agua caliente. Ese aparato del que depende la calidez de un hogar, por mucho que nos empeñemos en decorarlo con todo el cariño del mundo y hacer de aquellas cuatro paredes una casa acogedora, no funcionaba como debía. Me ofrecí como siempre, me ofrezco a cualquier vecino, a cualquier persona a quien pueda ayudar. Pero en esta ocasión... En esta ocasión todo podía ser diferente; todo era diferente.

- ¿Qué quieres tomar? - me preguntaste bastante más relajada que yo, también es verdad que eras la anfitriona, y jugar en casa siempre da cierta tranquilidad.

- Agua. - contesté cortésmente, no estamos en disposición de gastar más de lo normal y uno en una primera cita debe causar buena impresión y aquello aunque un poco informal y diferente no dejaba de ser una primera cita.

- ¿Agua? ¿No quieres cerveza, algún refresco, un café? Venga hombre, que la semana pasada fue mi cumpleaños y tengo la nevera llena de bebida y la despensa llena de comida.

- No, de verdad que no. Déjalo. Vine porque tenías mal la caldera y lo que menos quiero es molestar más de lo normal.

- Esta bien, pasa, pero de aquí no te vas sin tomarte algo.

Me sonreí, y ella lo notó. Por motivos evidentes, no hacía falta que me llevase al lugar en que había que efectuar la reparación aún así ella me indicó donde estaba el sitio. Y allí cual forense disecciona sus víctimas, yo me dispuse a desmontar a la mía. A ser sinceros, era la primera vez que me metía a manitas. Si lo hacía era por descubrir como era aquella química atracción que rezumaba en el ascensor cada vez que nos cruzábamos. El cincuenta por ciento era esa atracción; el otro cincuenta por ciento era la curiosidad de lo desconocido, era hacer por una vez las cosas de una forma fuera de lo normal. Observé fríamente la caldera, y... ya sabía lo que la pasaba, como bien podía oír desde mi terraza no entraba el suficiente gas a la misma, es decir, tenia la válvula cerrada, y de ahí ese ruido que yo oía y que no calentase nada de nada, ni la casa ni el agua. Cogí un destornillador y “oualá”. La caldera se encendió.

- Mira el agua, por favor Ruth.- Ella se dirigió al grifo y a los pocos segundos ya salía caliente.

- Si, si... Ya sale caliente- exclamó ilusionada- Gracias, Gracias, Gracias...

- De nada vecina... De nada.

- Ahora ya te tienes que tomar algo conmigo.

- Bien, está bien, así lo haré.- contesté- Una coca cola light.

Abriste la nevera y nos fuimos al salón para ponernos cómodos. Había que celebrar aquello. Sin darnos cuenta, y tras varias idas y venidas a la cocina, nos habíamos puesto al día de nuestras vidas; casualmente, teníamos mas cosas en común de las que nos imaginábamos. ¿Quién iba a decirnos que las miradas furtivas iban a estar mas cerca de lo que jamás creímos? Y así, charla tras charla, el tiempo se nos echó encima. Tú tenías que marchar con una amiga; yo vuelta a casa a la compañía de mi guitarra. Nos emplazamos a otra tarde, a otro momento. En ocasiones la química no reacciona en el mismo instante en que las moléculas se chocan. Aquello era una certeza más. Nos intercambiamos los teléfonos y nos despedimos igual de cortésmente que cuando nos saludamos. Abrí la puerta para salir, mientras me ajustaba el gorro y esperaba el ascensor, aquel resplandor blanco de la puerta se tornó en negro, como el fundido de una película. Yo me quedé embobado observándola, dramático, nostálgico.

Llegué a casa y no podía de parar de pensar en ello. No podía olvidar esos dos luceros que alumbran aquella casa sin necesidad de velas, sus palabras entrecortadas de la velocidad con la que hablaba. No podía dejar atrás cada una de las veces en que habíamos coincidido en aquel habitáculo, las conversaciones del tiempo, y no podía olvidar lo a gusto que me había hecho sentir en aquella chaise longue. Pero a fin y al cabo tan sólo éramos vecinos.

Fueron cayendo los días al igual que caían las hojas de los árboles en aquel otoño y mientras ella seguía viviendo encima mía; mis sentimientos seguían caminando por debajo. Y aquel ascensor que a veces hacia de improvisado cupido, se volvió esta vez en nuestro peor enemigo. Su espejo guardaba grandes secretos. Él te había visto peinarte a toda prisa, él te había observado cada noche al llegar a casa, a veces sola, a veces acompañada. A veces en silencio, otras ruborizada. Era imposible que semejante belleza pasara desapercibida, y lo más extraño del caso es que no se quedara grabada tu silueta en el cristal.

Tras mucho darle vueltas a la cabeza aquella tarde, finalmente, decidí coger el teléfono y tragué saliva. Marqué los nueve números de su teléfono móvil y se hizo el silencio. El ruido del silencio es extraño. Es un vacío similar al de la caracola vacía a la orilla del mar cuando la aproximamos a nuestros oídos. Aquel pensamiento me llevó a los dieciséis, me recordó a cuando corría por la playa detrás de mi primer amor. A fin de cuentas, ella aún no lo sabe, tampoco lo sabrá, pero así fue. Ahora corría detrás del amor otra vez, volvía a hacerlo porque es ese sentimiento que en ocasiones hay que correr detrás de él, porque no basta con que aparezca como dicen otros muchos.

Por fin sonó el primer tono, de nuevo un compás de espera que me sirvió para tragar saliva, y otra vez ahí estaba ese extraño ruido. Se repitió la secuencia y de repente, un crujido al otro lado de la línea que daba paso a la transmisión de la voz.

- ¿Si? - preguntaste desde el otro lado mientras mi corazón se aceleraba y un incipiente calor subía la temperatura de mi frente.- ¿Si? - Repetiste más firmemente.

- Eh.... - Dudé.- ¡Hola Ruth!- Imaginé que al preguntar ya no recordaría quien era.

- ¡Hola Alfonso! Cuánto tiempo, ¿Cómo estás?

- Pues mira aquí ando. Estoy en casa que acabo de llegar de trabajar y bueno me he acordado de ti. ¿Qué tal estás? Hace tiempo que no coincidimos.

Intenté tirar de todo el repertorio de preguntas recurrentes intentando entablar una conversación pero ocurre que a veces cuando buscas hablar, la persona que está al otro lado está intentando dar largas a la misma por ser educado. Pero, de repente, se me cruzaron los cables y solté lastre.

- ¿Te apetece que quedemos para tomar algo una tarde? No sé, soy nuevo por este barrio y no conozco a nadie, apenas un par de vecinos más y cómo el otro día quedamos en que nos debíamos unos vinos pues había pensado que quizás esta fuese la tarde adecuada, o quizás otra pero bueno... ¿No sé, que te parece?

Si hay algo que me ocurre habitualmente es que las dudas se mezclan con los miedos, los temores y la vergüenza se come mis ideas y las palabras. Conclusión, me vuelvo un patoso integral. Tras, aquel arranque de gallardía o de valentía, o como quiera que se defina a aquella actitud; cómo era lógico, esperé una respuesta. No tardaste ni dos segundos en contestar, pero a mi se me hizo eterno. Entre el segundo cero y el uno, el aire se quedó quieto, se congeló, se quebró. Entre el segundo uno y dos, todo volvió al movimiento obligando a mis oídos a escuchar una respuesta.

- Está bien, hoy es jueves y tengo bastante lío en la oficina, pero... ¿Cómo te viene este domingo?

- ¿Domingo? - pensé yo. El domingo es un día complicado porque la gente suele tener prisa por irse a la cama para ir a trabajar al día siguiente, pero estaba claro que si quería quedar con ella, tenía que aceptar sus condiciones "sine qua non", para poder acceder a tener mi ratito de gloria.- De acuerdo, el domingo es buen día. Sobre las seis de la tarde para poder dar un paseo y ya vamos viendo lo que hacemos, te parece.

- Perfecto. - Me contestaste sin dudar. - Entonces el domingo a las seis en el portal, que no nos pilla lejos a ninguno.

- ¿Te paso a buscar? -Bromeé y tú te reíste instantáneamente con mi chiste fácil. - Bueno entonces quedamos así, a las seis en el portal.

Mi puño cerrado celebró aquel acontecimiento como si acabase de anotar el gol que hacía campeón a mi equipo. Tengo esas cosas, soy capaz de celebrar cualquier mínimo hecho, y del mismo modo llorar ante cualquier noticia.

Así pasaron el viernes y el sábado, y yo que no me podía sacar a Ruth de la cabeza. En todo lo que hacía, ella aparecía, estaba presente. Si me miraba en el espejo, veía su reflejo guiñándome un ojo. Si me asomaba a la ventana la veía refugiarse debajo del árbol a observarme. Así con todo, ella era una extensión de mi mirada.

Llegó la hora, aquella que ansiaba desde hace días y baje corriendo la escalera para encontrarme contigo pero allí aún no estabas. Tengo la fea costumbre de llegar tarde a las citas y cuando soy yo el que espera me desespero muy fácilmente. Me puse a dar vueltas por el portal, como si de un padre en la sala de espera de un paritorio se tratase. Dieciséis pasos a un lado, quince de vuelta. Así sucesivamente, sin parar, pero sin perder la vista del fondo del portal, donde se hallaba nuestro ascensor. De repente el parpadeo del botón del ascensor me puso en sobre aviso.

- Planta cero.

Se escuchó desde el silencio del portal decir al ascensor y la puerta se abrió. Poco a poco la tenue luz que alumbra el elevador fue desplazándose por todo el rellano hasta que se abrió por completo. La silueta estaba de espaldas. Supongo que andaba coqueteando con el espejo, ajustándose la coleta. En ese preciso instante se dio la vuelta, y camino hacia a mi. El contraluz de la propia luz de la calle y la luz del ascensor impedía distinguir el rostro de aquella persona, pero a medida que se iba aproximando mas se parecía a la tuya. El contraluz fue quedando atrás y tus dos luceros centellearon al verme allí. Eras tú. Te recorrí de abajo a arriba. Botas marrones, vaqueros ceñidos que descubrían tu espectacular forma, chaqueta de cuero semiabierta y bajo ella una camisa de cuadros rojizos y un top blanco que descubrían ligeramente tus encantos. Un poco más arriba, tu hermosa cara. Esa mirada de serpiente que me hipnotizaba y tu maravilloso pelo recogido como una cola de caballo. Hay veces que la belleza se compara con la divinidad y en aquel momento, un ángel paseaba hacia mí en el rellano de aquella escalera.

- ¡Hola! ¿Llevas mucho esperando? - me preguntaste a la par que me dabas dos besos.

- No, la verdad que no.- Apenas llevaba cinco minutos allí paseando para relajar mis nervios.

- ¿Has pensado ya donde vamos a ir? -preguntaste.

- Pues la verdad que no, pero he descubierto un sitio, un lugar junto a mi paraíso.

- ¿Tu paraíso? - contestaste.

- Si, bueno es una historia larga de contar.

- Tenemos todo el paseo hasta allí para que me la cuentes.

- Esta bien, vayamos hacia allí y te voy diciendo.

Y así comenzamos a caminar. El sitio es una pequeña vinoteca que hay en el centro de la ciudad y mi paraíso no es otro que el parque donde solía jugar de niño a la salida del colegio. Es el lugar donde mi alma se relaja se tranquiliza. Donde todo cobra un orden, un sentido. Justamente la vinoteca esta a escasos cien metros de aquel sugerente lugar para mi.

El tiempo lo ha ido respetando tal y como estaba hace veinticinco años, a pesar de que algunos elementos hayan ido apareciendo, a la par que otros desaparecían, pero jamás ha perdido su hermosura y sigue en pleno esplendor. Con sus farolas de luces amarillas, su fuente, su palacio al lado, su callejón. Simplemente espectacular. Y allí llegamos nosotros.

- Este es mi paraíso, ¿Te gusta?

- La verdad que nunca había estado aquí.

Le conté la historia, del porqué es mi paraíso. Cuanto menos es curiosa y de ahí nos dispusimos a marchar al bar del que la hablé. Aquella maravillosa vinoteca que había aparecido escasamente ocho meses atrás. Un ambiente totalmente rustico, como de otro siglo, envolvían aquellas cuatro paredes. Me hacían sentir como en casa.

- ¿Quieres algo en particular? - Pregunté como buen caballero

- Un Ribera del Duero.

Fui a aquella pequeña barra y una vez me sirvieron me dirigí a la mesa donde te sentaste para estar por fin contigo. Me despoje de la americana al igual que tu lo hiciste de tu chaqueta de cuero, y nos sentamos a ponernos al día, el uno sobre el otro, el otro sobre el uno. Y así fue como poco a poco fuimos conociendo que teníamos mas cosas afines de las que nos pensábamos. Música, ciudades, vivencias, miedos... Y es que a determinadas edades y en momentos precisos todo se comunica y personas que jamás antes se habían visto, tienen diferentes nexos de unión; puntos comunes que descubren las verdades de cada uno en la claridad de los ojos y en la sinceridad de las palabras.

El tiempo fue pasando insurgente, y no tuvo piedad con nosotros. Y así ocurrió que dos y horas y tres copas de Ribera después el ambiente estaba lo suficientemente caldeado como para no volver a casa y así lo decidimos. Seguimos paseando y mientras nos reíamos a carcajadas por las calles, el brillo de nuestros ojos alumbraban los callejones oscuros de la soledad, y es probable que por un momento tuviese ganas de que mis brazos alcanzasen tu cintura y te acercaran a mi pelvis para que mi olfato fuese cautivado por tu aroma, ese que se desprendía de tu pelo un metro por delante mientras huías hacia delante con tu radiante sonrisa. Finalmente, te diste la vuelta y frenaste en seco. Me miraste seria, como nunca te había visto, y me dijiste al oído tres palabras. Entonces mis pulsaciones se aceleraron, se fueron incrementando paulatinamente, sin temor a que podría pasar.

Tus pasos se dirigieron sin apenas pararse hacia casa. Mientras el aire jugueteaba con tu cabello, y la luna sentía celos del brillo de tus ojos, yo no daba crédito a la tentadora oferta. Ahora entiendo a Eva, comprendo que fuese cautivada por unos ojos de serpiente, tal y como me pasó a mi. Es más que seguro que nunca vuelva a tener ese brillo frente a mí, pero en ese momento, no lo podía despreciar. Llegamos al portal y una vez allí nos encerramos en nuestro hábitat natural, en nuestro metro cuadrado que nos ha dado para tantas y tantas cosas. Entonces, y tras atronar de nuevo aquellas tres palabras en mi cabeza, me dije a mi mismo, vamos a hacerlo, y lo hice. Me arroje a tu boca, como quien se tira a una piscina de agua helada, de golpe, aun con el riesgo de quedarse congelado al salir de allí, pero la sorpresa fue cuando el agua estaba tan tibia como mis latidos. Todo se aceleró, todo se desencadeno en una ristra de besos que poco a poco descendían hacia el cuello. Siempre he tenido ese puntito vampírico que me llevaba a que mis victimas fuesen inyectadas de la inmortalidad en la sangre, de la locura de mis besos a plena luz de la luna, aunque aquella vez cambie aquella gigante estrella por la luz de un fluorescente que se empeñaba en parpadear de vez en cuando.

El ascensor llego a mi planta, y yo me resistí a salir, aunque tú tampoco me dejabas arrastrarme hacia mi rellano. Por un momento la puerta nos destapó nuestro encuentro, pero pasados cinco segundos volvió a su lugar. Entonces la puerta se volvía tornar y tú me diste la vuelta contra el espejo. Me agarraste del cuello de mi americana, empujándome, sin miedo a nada, con ganas. Aquel golpe, agitó el elevador mientras este subía hacia tu piso. De nuevo la puerta se abrió, y volviste a repetir el movimiento pero esta vez me empujaste al rellano de tu escalera. De un salto saliste del ascensor, y te colocaste a horcajadas, con tus piernas rodeando mi cintura y sosteniéndote sobre mi cuello. Yo dí tres pasos y llegamos a tu puerta. Aquella vez fui yo quien te apoyó sobre la pared. Y salvajes continuamos besándonos, hasta que pasado un minuto y tras intuir las llaves de tu casa en el bolso, me dejaste de besar y te dirigiste a la puerta de casa. La abriste de tres giros de muñeca y pasamos.

Allí ya os podéis imaginar lo que pasó. La ropa empezó a trazar el camino hacia su cama, para después no perder de vista el camino de salida. Antes de llegar a su habitación apenas teníamos ropa puesta. Y las ganas dilataban cualquier vaso sanguíneo de nuestro cuerpo. Todo fue tan rápido que apenas habíamos terminado, la luz del Sol, despuntaba el amanecer. Entonces las prisas fueron las contrarias. Todo parecía de película. Casi perfecto. Entonces tú decidiste salir corriendo, y yo marché a trabajar. Todo tiene un orden que hay que respetar. Una vez en el trabajo, mi cabeza continuamente pensaba en ella, al igual que mis ojos se cerraban y solamente veían tu reflejo. Hasta que no se volvieron a abrir.

Entonces un ronquido me despertó. Y estaba sentado en mi sofá de casa, y mis manos estaban empapadas. Mire a al frente y la televisión seguía prendida en el mismo lugar de siempre, pero tú no estabas. Tú te habías diluido en mi vaso de agua, y yo me había ahogado en mis sueños. Todo fue tan real, que siempre contaré que sucedió. Todo es perfecto, pero como todo comenzó, al abrir los ojos, al despertar, también se acabó. Ahora salgo de casa y absorbo los rastros de tu aroma en el ascensor, y siento solitario tu nombre en el buzón. Ahora todo sigue como siempre. Yo sigo mirándote y tú sigues sin saber que quien te deja flores frescas en la puerta soy yo. Eres mi Marilyn particular, la tentación que vive arriba. Eres mi miedo, y eres a la par, el mayor de mis deseos.

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