Noches que tratas de llegar al crepúsculo 
y llamas a Luna para que bese al Sol 
mientras escuchas a un tipo 
con aficiones sospechosas y voz desgastada 
contar historias de la calle Melancolía 
donde viven unos vecinos 
que recibían quejas del Bar de Abajo 
porque hacían mucho Ruido,
y buscaban una Magdalena 
que de noche se llamaba Soledad.
Cuando letras más jóvenes 
se descubren ruborizadas ante mis ojos, 
como un cuerpo desnudo, 
esperando que las acaricien con tiento 
la yema de mis dedos 
para descojonarse de mi 
porque no tengo sentimientos 
mientras las dejaba atrás. 
Una tras otra, y así cientos.
Tendré que volver por ellas..
Nadie se ríe de mis malos hábitos.
Será que ya me hice mayor
y ahora me cubro de complejos
entre mazmorras y gritos,
entre dragones y mitos,
donde viven los que nunca usaron
la extraña palabra "dimito",
dónde la experiencia es un grado
y el desayuno es un café cargado
y una rebanada sal y aceite
sobre un pan de ayer tostado.
Entre las plumas con tinta china
de un indio de Úbeda, Jaén,
y los versos de un Complutense Vikingo
que me descubrió que el Rap,
no es sólo hablar deprisa sin más,
sino que es escribir, contar, 
cantar, narrar,
hilar, ligar, 
un domingo para un lunes, 
en busca del próximo cuarto menguante
dónde dormirse y soñar.
Noches que descubro otra poesía,
noches de carne y hueso.
Noches de diecinueve días...
Días de quinientas noches,
en las que el petricor se olvidó un miércoles,
y el lunes confundimos que 
no es más holgazán el que duerme en el sofá, 
sino quien trabaja menos y se aprovecha 
del esfuerzo de los demás.
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