lunes, 18 de octubre de 2010

Dudas y reproches para tí

Llueve y me detengo una vez mas ante ti, Señor. No tengo más que dudas y reproches para ti. La última vez que hablamos prometiste escuchar mis suplicas y aquí sigo. Llevo media vida sentado en el mismo banco, en el que me dijiste que estaría ella y pasan los ciclos lunares y no llega. Llueve, hace frío y mi cuerpo flirtea balanceándose a izquierda y derecha como si marcase el tempo de un metrónomo, como si bailase una canción a ritmo, como el centelleo del fuego antes de avivarse y establecer la luz fija en un candil. ¿Cuántas veces te pedí un amor sincero, Dios? ¿Por qué todavía no está aquí? Esta es mi condena por años de oscuridad.

Llueve y mi cuerpo juega conmigo, me engaña, me seduce, se aleja de mi alma, vuelve a mi espíritu... La banalidad nunca formó parte de ti Señor, pero la pusiste dentro de las almas mortales. Creemos más en nosotros mismos que en las personas que tenemos al lado y ahí reside el punto amargo de la tolerancia. No encontramos ese compás adecuado, no nos disfrazamos de bandadas de pájaros las cuales vuelan todas al sur, moviéndose como las hojas de aquel árbol en otoño que se mece al ritmo de la caricia del viento, conjuntadas como el ballet de Moscú. Puede que sea a causa del ruido del éxito que nos manda a cada uno a un lado. El éxito personal de cada uno, el éxito intransferible, ese pedacito de gloria individual que nos desplaza a lugares brillantes y lúgubres a la vez, a puntos cardinales irreconocibles sobre un papel. Ese segundo que evitamos compartir con nadie, ese sorbito de vida, ese momento en que el mundo deja de girar alrededor del Sol y gira entorno a nuestra sombra, se paraliza todo, y se hace de noche sin Luna, y de día sin Sol. Aunque tarde o temprano el lastre vuelve a nuestros pies y nos devuelve a tierra. Un golpe fuerte. Tan fuerte como un puñetazo directo al mentón, el que nos empuja directamente a la lona y que nos derriba. ¿K.O técnico? nos preguntamos... De vez en cuando me da por pensar que es mejor perder rotundamente que a los golpes. Caer al suelo de esta forma es duro y triste. Quizá por culpa de un matiz hemos vestido nuestro cuerpo de derrota.

Llueve y hace frío, y hoy mi piel no soporta más líquido que absorber ni por fuera ni por dentro. Quizá mi embriaguez me lleve a contarte mi sueño Señor. Quizá sea en uno de esos estados donde pensé que me lo entregarías todo, pero veo que no he sido lo suficientemente bueno. Me ducho en un mar de lágrimas, una lluvia ácida de sentimientos a destiempo. No sé porqué pero últimamente me he empeñado en llegar tarde a los corazones de la gente. Soy la persona que se queda en tierra mientras el vagón de tren cierra sus puertas y se marcha. Mi mirada persigue esos sentimientos que se escapan por el túnel y la luz de tu corazón se va haciendo cada vez más pequeña, cada vez luce menos. Ese viejo anden donde me quedé, con los azulejos rotos y los luminosos fundidos, se quedó en silencio. Debo volver a casa, pero mi billete de vuelta caducó y ahora me quedé sin techo. Espero que me resguarden tus alas Señor. Espero que esta vez si atiendas mis suplicas. Es posible que pida demasiado, pero aunque parezca irónico, quién no llora no mama. Y en parte puede que en eso consista este juego de vida que te inventaste para, tal vez, no sentirte sólo dentro de esta galaxia. Algunas veces viendo la magnitud de tu obra, esta Capilla Sixtina de trazos irregulares pero hermosamente armónicos en que se ha convertido el mundo, mi reflexión se hace presente entre el viaje neuronal de mis ideas.

Llueve, hace frío, me empapo, y a la vez siento el ardor de los fusiles disparados al son de la marcha militar del rencor. En los puntos de mira a través de los ojos inyectados de sangre, desfilan en aquella rueda de reconocimiento los inocentes y los culpables, todos visten de blanco el mismo muro. Los rostros de los espectadores, fruncen el ceño, llenos de odios y miedos, de coraje y envidias, y la sangre corre a borbotones por sus venas. Unos tragan saliva antes de tomar el último aliento antes de sentirse derribados, antes de fundirse en un duro beso con el suelo, otros tragan saliva para templar los nervios, para hacer lo mas certero posible su leve movimiento del dedo índice y acusar con el ruido de su fusil a quien lo merece y a quien no. ¿Por qué lo permites Dios? No entiendo que trates igual al culpable y al inocente. No entiendo que el poder del que dispara sea la única justicia cuando tenemos en nuestras manos el poder de la palabra. No entiendo que les coloques a ambos de rodillas y se les juzgue por la idea de los iguales. No somos iguales, ni él ni yo, y mucho menos tú. No entiendo como el poder nos parece erótico. Es insultante el vicio con que adornamos nuestros cabezas de coronas de laureles, si no existe la victoria. Vivir es la victoria. Vivir es derrotar al odio. Vivir es algo mas que un ser humano. Vivir eres tú, Señor. Tú que nos diste la capacidad, de crear, de juzgar, de mandar, de amar, de odiar... Tú, ¿por que no nos la arrebatas y lo primero que nos pones es la humildad?

Llueve, hace frío, estoy empapado, siento el ardor del odio y las dudas me asaltan. No es que este enfadado contigo. Tampoco tengo motivos, pero no entiendo como pudiendo hacer las cosas bien, decidimos construir los muros y fronteras. No me atrevo a plantearme el porque le pusimos diques al mar de nuestras libertades, porque nos atamos a un árbol y dimos vueltas hasta que la cuerda dejo de ceder y nos asfixió. No entiendo el sentido de la vida. No entiendo y me asaltan mil dudas. No lo entiendo aunque reconozco que eres quien manda y esa es mi única esperanza.

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