viernes, 27 de octubre de 2017

Jekill y Hyde

Quien mejor que yo
para escribir de mis delitos.
El pez de hielo
de aquel vaso de whisky barato
empeñado en varar en mis neuronas,
se deshizo suavemente
al pasar el umbral de mi boca.

Humean las chimeneas
de mis cabezas
y el calor se hace intenso.
Somos dos mitades sin resolver.
Somos dos huecos vacíos
al mismo lado de la cama.
Somos Jekill y Hyde.

Somos ángeles de alas negras,
empeñados en descender hasta tus infiernos.
Somos infiltrados de Lucifer
deseando prender el infierno
dentro del invierno de tus piernas.
Si me dejas prometo convertirte
sin extrema unción.
Exploraré tus adentros.

Se despertarán los huracanes de pasión.
Aquellos polvos se levantaran al amanecer.
Nuestros cuerpos danzaran frágiles.
Titilan las últimas velas encendidas.
Te mueves a su compás,
girando sus caderas sobre mi.
Convirtiéndome en el centro del universo.
Anunciando la llegada de un nuevo día.

Serás princesa del pueblo,
reina de los zalameros piropos
que se dicen sin sentir.
Cumplidos al despertar con sabor a café.
El diccionario se convierte en mi aliado
y me escondo tras algunos palabros.

En nuestro mundo de selfis
al compás del cuatro por cuatro
mueves con destreza la pelvis
no sé bien si por pasar el rato
o por pagar con deshonra el plato.

Y así seguimos con el pasar de las hojas,
con los árboles mudando la piel
del verde al cobre
y después del cobre
se descubre la desnudez;
mostraremos nuestra fragilidad,
para florecer como el niño
que no para de crecer.

La calle permanecerá en silencio.
Silencio.
Que nadie nos hable.
Que nada ni nadie se mueva.
Solo silencio, nuestro silencio.
Que tus besos apaguen las llamas
de este provocador incendio.

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