domingo, 1 de agosto de 2010

Las ideas y el ideal

Silencio se piensa... El escritor se sienta al lado de un papel, en un banco del parque
y espera a que lleguen las ideas. Son las 7 y 25 de la tarde y todavía no han llegado. Como es habitual en este tipo de citas, ellas se suelen hacer de rogar. Normalmente suelen venir maquilladas de melodramas, de romanticismo y de misterio, pero hoy no, hoy probablemente no lleguen. Ayer discutió con ellas y le dijeron que no volverían a pasear por aquel bosque de emociones con él, que se quedarían colgando de la estrella polar, solas y sinceras derramando lágrimas en forma de letras descolocadas, sin orden ni sentido para que se los pensamientos y las confunda con sus ilusiones ópticas. Es lo que tienen las discusiones de pareja que siempre hay un momento para el reproche, para el desaire y la obstinación. Simplemente por el hecho de llevar razón somos capaces de olvidar lo que hay dentro de nosotros, dentro de un sentimiento, de una unión sin limites por amor, por cada latido del corazón.

Silencio se piensa... Son las 7 y 40 de la tarde, y las montañas de hojas caídas de los árboles en otoño, vuelan sobre los pies del artista. ¿Melancolía? Se pregunta discretamente el joven mientras que sus pies quedan cubiertos de restos del calvo sexagenario que se mantenía de pie justo detrás de él. Alguien que un día quizás dio una sombra alargada y robusta, alguien que miraba resplandeciente y por encima del árbol a sus vegetales vecinos. El joven literato, descriptor de sentimientos nota algo cerca, siente su aliento, su perfume, quizás sean ellas, sus amadas ideas. De repente, se gira y a lo lejos aprecia como deambulan en el parque huidizas y asustadas una sucesión constante de miradas cruzadas. Temblores desconocidos de aires febriles y miedosos. La palomas sobrevuelan las carreteras del cielo utilizando los carriles a contrasentido, los perros atemorizados se esconden tras las piernas de sus dueños. Alguna piedra, ser inerte como pocos, se mueve dos palmos a un lado y se camufla entre los bordillos que separan el paseo del jardín. Son ellas, ideas... son ellas más fuertes que nunca. Su gesto preocupa al joven que piensa en un posible divorcio ideológico, medio en broma medio en serio y a modo de soltarse la tensión de las manos estira sus dedos y se pone en pie.

Silencio se piensa... Son las 7 y 45 minutos de aquel ocaso del día. Las ideas llegan tarde, pero llegan. A fin de cuentas muchas veces los amantes se contentan con que llegan, aunque no haya rastro de los besos, de los abrazos, de los gestos. Ellas se plantan frente a frente con el dueño de la pluma de emociones de papel, y le miran. Silencio. Los ojos incendiados de fuego, ¿fuego de ira o de amor? ¿Te marchas para no volver o ya estás aquí porque has vuelto?¿Dónde has dejado escondidos los sueños que tenía cuando estaba enamorado? Las dudas le asaltan y ellas continúan calladas, ellas permanecen quietas frente a él.

En un momento dan un paso al frente, el aire se para, se congela el agite de los árboles, los gorriones dejan de cantar, y la boca del escritor se acerca poco a poco a los labios de las ideas. Se siente el amor, se siente el calor, pero... todo da un giro de noventa grados y el autor se da la vuelta, y mirando atrás camina y grita:

"A mi no me hagas esperar, si me quieres vienes y ya esta. Si me quieres dar un abrazo me lo das, pero rencores los justos que no quiero estar por estar."

Sin más el joven prosiguió su camino, llego a su casa y lo demás ya os lo podéis imaginar, ¿o no?. Total ya da igual el hecho es que todos exigimos sinceridad.

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